Cuando las luces del set se encienden, el nombre que aparece en la claqueta es Benito A. Martínez Ocasio, no el del reconocido ícono del trap latino. Este detalle no es fortuito: detrás de la estrella musical, se encuentra un actor que pretende forjarse una carrera en el cine gracias a su actuación frente a la cámara, y no por su fama en las taquillas. Su meta es clara: conseguir papeles por su habilidad actoral y construir, poco a poco, una reputación que trascienda el ámbito musical.
La elección se manifiesta a través del estreno en Estados Unidos de Caught Stealing, su primera colaboración con un director aclamado y nominado al Oscar, Darren Aronofsky. Este lanzamiento marca un cambio: ya no se trata únicamente de pequeñas intervenciones o presencias estratégicas, sino de involucrarse en producciones que demandan dedicación, una presencia notable y un compromiso con la actuación. Es, además, una declaración evidente de metas en Hollywood, una industria que usualmente da la bienvenida a músicos en el cine, pero pocas veces les brinda la chance de transformarse en actores genuinos.
En Caught Stealing, ambientada en una Nueva York noventera bañada de neón, Benito encarna a Colorado, un sicario puertorriqueño contratado para presionar a Hank Thompson, un exbeisbolista interpretado por Austin Butler. La trama —un maletín, dinero extraviado y bandas rivales— funciona como combustible de una comedia de acción con ritmo de persecución, donde las miradas, los silencios y una amenaza susurrada terminan puenteando la distancia entre el cantante y el personaje. En el avance, su línea cortante —“Si no hablas conmigo, hablará mi pistola”— deja entrever a un Colorado que no solo empuña armas, sino que administra el peligro con una serenidad inquietante. Fuera de la pantalla, el rodaje encendió una complicidad creativa con Butler y con Aronofsky; la química continuó en Puerto Rico, cuando ambos fueron invitados a su serie de conciertos, un gesto que delata que esas relaciones profesionales se han vuelto camaradería.
A la vez, su participación en Happy Gilmore 2 requirió un enfoque distinto. La secuela, centrada en el regreso al golf del personaje de Adam Sandler, es —como muchas de las producciones de Sandler— una muestra de ritmo cómico, precisión en la comedia y desenlace. En esta ocasión, Benito da vida a Oscar Mejías, un caddie con un talento para el caos y la lealtad, que acompaña a Happy en tiros sorprendentes y comportamiento. Su colaboración no se limitó al rodaje: también aportó su voz para la versión en español latinoamericano, un desafío doble que demanda sincronización, matices y un buen oído para conservar el humor en otro idioma. Quienes tienen experiencia en presentaciones ante grandes públicos entienden cómo ajustar la cadencia de una declaración; en el doblaje, esa intuición se convierte en una herramienta precisa.
Si Happy Gilmore 2 se desarrolla en el terreno de la comedia, Cassandro demanda equilibrio. Basada en la historia real de Saúl Armendáriz, el luchador que dio vida a un personaje excepcional y pionero en la lucha libre mexicana, la película se apoya en la interpretación de Gael García Bernal. Benito hace su aparición en este entorno como Felipe, un ayudante que navega entre lo logístico y lo personal, hasta que finalmente atraviesa hacia lo emocional. El rol no es vistoso ni grandilocuente; es un punto sutil que permite mostrar fragilidades. La cámara lo sigue cuando el ring se serena, cuando las caretas se colocan sobre una silla, y las capas del personaje —las del cuadrilátero y las de la vida— comienzan a caer. Para un artista que ha expresado admiración por la lucha libre, estar en este set fue más que un gesto de respeto: fue probar que su entusiasmo podía transformarse en realidad.
El debut impactante en la pantalla grande ocurrió con Bullet Train. Allí personificó a Wolf, un sicario cuya aparición se desarrolla en escenas breves, pero llenas de coreografía y personalidad. La película avanza como su tren: rápida, estilizada, intencionadamente exagerada. En ese entorno de comedia oscura y violencia meticulosamente orquestada, Wolf se introduce con un pasado doloroso, una estética bien definida y un motivo evidente. Aunque se especuló que su contratación tuvo un tinte comercial —agregar a una estrella musical a un reparto liderado por Brad Pitt incrementa la atención—, su actuación se defiende sola: fusiona presencia escénica, mirada penetrante y la economía gestual que exige el género. Esas participaciones, que duran apenas unos minutos pero son memorables, son el espacio donde un músico se adapta al lenguaje de los cortes, los primeros planos y la edición vertiginosa.
Antes de debutar en el cine, Benito se sumergió en un terreno intermedio entre el documental y la ficción criminal con Narcos: México. Formó parte de la tercera temporada, interpretando a Arturo «Kitty» Páez, inspirado en un cabecilla de los llamados «Narcojuniors», jóvenes ricos de Tijuana atraídos por la emoción y el poder del comercio ilegal. Este personaje no es el jefe típico, sino un vínculo carismático, hedonista y cautivador entre dos mundos: el confort de la riqueza y la crueldad de las calles. En ese contexto, su Kitty muestra una sonrisa fácil y una mirada vivaz; se siente invulnerable hasta que se da cuenta de que la lealtad en ese ambiente es tan pasajera como el polvo que trafican. Las series brindan la posibilidad de explorar matices con un ritmo más pausado que el cine; esa experiencia ante las cámaras fue un aprendizaje valioso para un actor en pleno crecimiento.
Su primer paso en la maquinaria de una franquicia llegó con F9, la novena entrega de Fast & Furious. Fue una aparición breve, casi un guiño para el público, compartiendo plano con Ozuna. En la práctica, funcionó como puerta de entrada y vitrina: de pronto, el nombre de Benito circulaba en la órbita de una saga global, entre autos modificados, escenas imposibles y una estética reconocible en cualquier pantalla del planeta. Los cameos no construyen una carrera por sí solos, pero sí desatan conversaciones y abren contactos. A veces un par de planos son suficientes para que los productores tomen nota y muevan una invitación al escritorio indicado.
Considerando todo desde una perspectiva retrospectiva, la ruta seguida revela un orden lógico: una aparición que despierta el interés, una serie con un desarrollo bien definido para observar diferentes facetas, una película de acción con estilo para evaluar la energía, un drama biográfico que requiere moderación, una comedia que demanda un buen ritmo, y al final, un proyecto personal con un director exigente detrás. En la carrera de muchos músicos que se aventuran en el cine, el camino puede desviarse al optar por atajos: apariciones deslumbrantes pero vacías, cameos acumulados que no aportan profundidad, roles que solo reiteran su persona pública. Aquí, se aprecia una táctica diferente: elegir roles que formen un mosaico actoral. Colorado no es Kitty, Felipe no emula a Wolf, y Oscar Mejías no refleja las sombras de sus predecesores. La variedad de matices ayuda a mostrar que no existe una única máscara.
Es evidente que su nombre artístico sigue siendo recordado por el público. Es inevitable que “Bad Bunny” provoque expectación cada vez que aparece en un evento. Sin embargo, optar por emplear su nombre real en los créditos establece una separación saludable: la música puede ser una puerta de entrada, por supuesto, pero lo que ocurre durante el proceso creativo y el resultado final deben ser apreciados independientemente del éxito comercial. Esa distinción también sirve como orientación tanto para los críticos como para los espectadores: evaluar a Benito por sus decisiones artísticas y desempeño, no por el éxito en streaming de su último álbum.
Trabajar con Aronofsky, especialmente, incrementa el nivel de riesgo. Los directores con un estilo distintivo suelen demandar resultados específicos: control corporal, manejo del silencio y percepción del subtexto. Si Colorado debe ser algo más que un simple antagonista, su profundidad residirá en cómo Benito maneje los instantes entre las líneas: cómo observa la ciudad desde el automóvil en movimiento, cómo mantiene una amenaza sin alzar la voz, cómo un gesto revela una duda. Es en esos momentos donde un actor en evolución puede destacar, y donde el director puede esculpir una presencia para convertirla en un verdadero personaje.
La otra cara de su incursión en comedia, con el universo Sandler, le da herramientas paralelas: tempo, respiración y escucha. La comedia vive o muere por el timing, por el “medio segundo” que separa un chiste fallido de una carcajada. Que Benito haya asumido además el doblaje en español latino de ese mismo personaje habla de versatilidad técnica: sincronizar labios, ajustar entonaciones, calibrar el acento sin perder naturalidad. Es una gimnasia que suma oficio y da pistas de su ambición por dominar varios frentes del trabajo audiovisual.
El aspecto físico ha sido otro tema recurrente. Desde la admiración como aficionado en la lucha libre hasta las escenas sincronizadas de Bullet Train, y el mundo de las carreras en Fast & Furious, se observa una continuidad en el lenguaje corporal: coordinar movimientos, practicar coreografías, comprender cómo la cámara captura un impacto o caída. En el cine, la violencia no es espontánea: se planifica meticulosamente y se ejecuta con precisión. En este contexto, un artista habituado a actuaciones exigentes en el escenario tiene una ventaja inicial, pero debe controlar la intensidad: lo que se amplifica en un estadio para la audiencia más lejana, se transforma en exceso en un plano cercano. Este ajuste, de la extravagancia del espectáculo a la delicadeza del cine, es uno de los retos más fascinantes que ha logrado superar.
No se puede pasar por alto el ambiente del sector. Hollywood a menudo intenta captar a figuras musicales, dado que aumentan el interés y la visibilidad. No obstante, el éxito duradero se alcanza mediante la elección de guiones adecuados, directores que aporten desafíos y un compromiso que resista la prueba de largos tiempos de filmación. Benito ha estado construyendo relaciones con destacadas compañías de producción y plataformas de streaming, mezclando producciones de estudio con proyectos más íntimos. Esta variedad le brinda la oportunidad de seguir adquiriendo experiencia sin encasillarse en un único tipo de personaje o público.
El porvenir cercano de su trayectoria se basará en mantener esa fórmula. Escoger roles que no se funden en el impacto de un solo «evento», diversificar los géneros y colaborar con equipos que soliciten más que mera presencia. Los movimientos en la industria son observados minuciosamente: un par de éxitos seguidos en proyectos de autores exigentes puede llevarlo a reconocimientos, mientras que una serie de papeles intercambiables podría disminuir el ímpetu. La estrategia de Benito parece ser evidente: dirigir su atención a personajes que le exijan perfeccionar sus habilidades y romper con los estereotipos asociados a su imagen pública.
Para su base de seguidores, que lo han acompañado desde los primeros sencillos hasta estadios llenos, verlo en pantalla grande suma otra dimensión de vínculo. El fan reconoce gestos, tonos, inflexiones; descubre nuevas capas cuando ese carisma se traduce en personaje. Para quienes llegan sin historia previa, hay la posibilidad de juzgarlo desde cero, como a cualquier actor joven que busca consolidarse. En ambos casos, el resultado depende de la honestidad del trabajo: de cuánto cree él en lo que interpreta, de qué tan disciplinado se muestra en el set y de la claridad con la que elige su próximo paso.
Si se dibuja un recorrido desde el cameo en F9 hasta el papel en Caught Stealing, pasando por el antagonista estilizado de Bullet Train, el ayudante cercano de Cassandro, el caddie con un tempo cómico y el joven encantador de Narcos: México, se revela un diseño de desarrollo paulatino, sin cambios arbitrarios. Es una estrategia que da importancia a la experiencia adquirida en lugar de a los golpes de efecto. En un entorno donde ocasionalmente se valora más la novedad que la consistencia, esa perseverancia podría ser su mayor ventaja competitiva.
El mundo del cine no solo «coquetea» con Bad Bunny: sigue con detalle a Benito Martínez Ocasio. El artista que ha llenado estadios está consiguiendo, escena tras escena, un espacio entre aquellos que comprenden que la actuación es otra forma de narrar historias. Si conserva el ritmo —elección de papeles, preparación actoral, riesgos calculados—, su nombre real en los créditos dejará de ser simplemente curioso para transformarse en un nombre esperado. Y cada nuevo film no será un simple capricho de celebridad, sino el próximo episodio de una trayectoria que, a estas alturas, ya no parece un experimento, sino un proyecto consolidado.